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El 31 de marzo de 1621, el rey Felipe III, el Piadoso, pasó a mejor vida. Durante sus 23 años de reinado, rara vez ejerció sus funciones de gobierno y delegó en el Duque de Lerma, D. Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, todas las responsabilidades de su cargo y todo el poder que ello conllevaba. “Tuvo el entendimiento sitiado, y no obedecido; y la maña le supo limitar la vista y retirar los oídos. Vivió para otros, y murió para Dios.” (pag. 216-b, “Grandes Anales de Quince Días”).
Poco a poco, el Duque de Lerma fue colocando familiares y gente de confianza alrededor de su figura, copando y controlando el gobierno por completo. Solo cuando se vio acorralado antes las denuncias por corrupción y enriquecimiento a costa de su cargo, solicitó ser nombrado cardenal para salvar el pellejo, aunque eso le costará abandonar la corte. El nuevo rey, Felipe IV, llega al trono y trae consigo a su gentilhombre, Don Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde de Olivares. Don Gaspar y su familia aspiran a tener todo lo que Lerma tuvo pero la familia Sandoval-Rojas, con el hijo del Duque a la cabeza, tratará de mantener su situación predominante.
8414606723232
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El 31 de marzo de 1621, el rey Felipe III, el Piadoso, pasó a mejor vida. Durante sus 23 años de reinado, rara vez ejerció sus funciones de gobierno y delegó en el Duque de Lerma, D. Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, todas las responsabilidades de su cargo y todo el poder que ello conllevaba. “Tuvo el entendimiento sitiado, y no obedecido; y la maña le supo limitar la vista y retirar los oídos. Vivió para otros, y murió para Dios.” (pag. 216-b, “Grandes Anales de Quince Días”).